Te esperé con la sangre detenida sobre el silencio en ascuas de tu ausencia. Te esperé soportando la existencia como un lebrel al pie de tu partida. Te esperé casi al borde de la herida y a dos pasos no más de la demencia. Te esperé en la angustiosa transparencia de aquella noche en el reloj vencida...

(Jorge Robledo Ortiz)

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